sábado, 18 de junio de 2011

Ya no quiero ser solo profesional

Una de las cosas que siempre me tuvo inquieta desde chica era que contestar a la pregunta: ¿qué te gustaría ser cuando seas grande? Medio en broma, medio en serio contestaba con una seguridad plena “Una excelente profesional” y desde la infancia fui practicando distintas habilidades para descubrir de que se trataba. De esta manera, fui veterinaria a los 5 años, ama de casa a los 10, maestra a los 12, bailarina a los 13, cantante hasta los 16, yendo y viniendo a través del juego entre unas y otras actividades, pero sin tener una idea clara de lo que era tener una profesión en sí.
Nunca supe bien a qué se refería ser profesional o qué título había que conseguir para llegar a serlo. Tampoco tenía un referente claro que me orientara, ni profesor, ni artista, nada… pero la idea estaba fija y sin saber bien de que se trataba, comencé a transitar el camino de convertirme en una profesional
Estudié por mi  título Universitario, busqué trabajos relacionados  a la gestión de recursos humanos, tenía un diploma, gané experiencia laboral pero… ¿y la profesión?
Mi primer día de trabajo como analista de recursos humanos fue todo un desafío: Equipo de trabajo nuevo, entorno nuevo, computadora vieja (suele pasar), gente que te da la bienvenida como seres felices y contentos, gente que te mira de reojo, gente que ni te ve…  pero lo importante es que todos te reconocen y vos no conoces a ninguno y va uno diciendo “no importa, tengo que ser profesional y dar lo mejor que puedo”.
Sin embargo, un hecho muy extraño pero significativo, me cambió la visión de las cosas: Primera impresión de mail de bienvenida con los contactos de los primeros jefes del sector… y gran dilema… ¿Cuál de estas 5 impresoras es la maldita GRR_Piso02-HP3? ¿A quién de toda esta gente le pregunto cómo sacar una fotocopia? ¿Por qué no te dicen estas cosas cuando entras? ¿Cómo era que se llamaba la chica tan amable que me dijo que le preguntara todo lo que necesitaba? Respiré profundo, miré alrededor buscando ayuda y me encontré con él.  Un señor de traje vino directo a la impresora de color, me saludo muy amablemente, me pidió disculpas por no haber estado presente al momento de mi presentación y a la expresión: “cualquier cosa que necesités, avisame”, pregunté: “¿Cómo funciona esto?”.
Es increíble como la inocencia del primer día puede hacerte pasar situaciones de lo menos pensada, como encontrarte a las apuradas con uno de los niveles más altos de la compañía y preguntar: “¿Tenes idea donde queda el baño? Me comentaron que era por acá”. En fin, por un lado se recomienda hablar poco el primer día, pero por otro lado creo que el proceso de Inducción es uno de los mejores momentos donde uno está completamente fuera de la cultura organizacional y está permitido hacer esas preguntas que incomodan al interlocutor, o al menos lo sacan de su estado de confort por unos segundos.
Volviendo al sector de las impresoras, admito que mi primer día no solo habrá puesto incomodo a más de uno con mis preguntas, sino que este señor que se había acercado a buscar una hoja se terminó quedando como 15 minutos tratando de explicarme cómo usar la fotocopiadora. Al terminar su explicación con la paciencia que un maestro de primaria lo haría, volvió a su oficina y para mi sorpresa… no era un box, era realmente una oficina. Y no era una oficina común… era “La Oficina”.
Como bien decía este tipo de situaciones suelen pasar al momento de inducción en una compañía, el problema es cuando se extiende uno, dos, ¿tres años?,  pareciera que vivo en Inducción,  pero ¿qué es la inducción sino un período de aprendizaje?
El señor en cuestión resultó ser un alto ejecutivo en materia de recursos humanos, con una calidad humana que es difícil encontrar en un cargo similar. Humilde, generoso, paciente y además, profesional.
Profesional… esa palabra me suena familiar, ¿acaso yo no buscaba ser así algún día? ¿Porque a él  no se le cuestionaba este tema? Pero había algo más, el no era solo profesional: el amaba lo que hacía, y no solo amaba lo que hacía… el amaba ayudar a los demás. Pregunta que se le hacía, pregunta que tenía una respuesta personal y académica. Duda que se le presentaba, duda que decía “lo voy a averiguar”, descubrimiento que tenía, mensajería instantánea que titilaba preguntando si podía llamar para contarte de que se trataba.
Me faltaba un mentor en la vida donde viera reflejado lo que había estudiado en la facultad, pero puesto en relación con la experiencia personal y profesional. Tenía mucho miedo de no encontrarlo jamás y de hacerlo, sospechaba admirarlo viendo una foto sonriente en la contratapa de un libro de Inteligencia Emocional.
Por suerte mi referente era real, un profesional de carne y hueso, padre de familia y mentor de todo un equipo de trabajo que quienes tuvimos la oportunidad de conocerlo no vamos a olvidar jamás.
Cabe destacar que se nos fue para mejorar y aún así, todavía nos sigue dando el ejemplo.

1 comentario:

  1. Al fin de cuentas Maricel, como bien lo vas reflexionando, ser profesional no es el punto de llegada, más bien... ¡ES EL CAMINO!
    Se trata de un sendero de tierra blanda, donde es posible "dejar huella" si uno quiere. Ser profesional y ser buena persona nos son excluyentes entre sí, más bien la segunda da sentido a la primera.
    No dudo que estás recorriendo ese camino.
    Gracias por compartir esta historia, que por cierto también recuerdo.
    Todo lo mejor.
    Luis

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