domingo, 11 de septiembre de 2011

Esperar que las cosas lleguen o hacerlas llegar...

Sentada en el living de mi casa junto a mi perro, un café y “Rayuela” de Cortázar, al igual que la mayoría de las tardes en las que suelo pensar “en nada”, recibí un alerta de correo electrónico de una persona interesada en el Blog.  
Me llamó la atención desde un primer momento, que a pesar de que no conocía de quien se trataba, bastó compartir algunas experiencias entre mujeres, para darnos cuenta que tenemos muchas cosas en común además de la ciudad de origen.
 En una de las primeras charlas, me acuerdo que me asignó la difícil tarea de  pensar porqué nos cuesta tanto superar la ansiedad, sobre todo de no saber esperar a que las cosas lleguen. 
Seguramente quienes escriben sobre psicología positiva superaron este tema o lo investigan para hacerlo. Yo sinceramente creo que sin conocerme, esta persona dio con mi talón de Aquiles y me llevó varios meses procesar como encarar el tema. Supongo que la dificultad de hacerlo vino dada de un problema de ansiedad.
Pido disculpas por las vueltas con las que voy a  manejar este tema, pero me parece un desafío importante poder hacerlo desde mi lugar, antes que compartir una serie de sugerencias psicológicas que carecen absolutamente de sentido cuando estamos mal o sentimos que un tema nos demanda más tiempo mental que lo habitual.
En estos casos, somos capaces de googlear todos los foros existentes sobre ansiedad, pero cuando terminamos de leer las propuestas, se nos viene a la mente cuestionarnos: “ok, como sano, me acuesto más temprano, me calmo… pero ¿cuando se supera?”.
Desde mi experiencia personal, creo que puedo dar ejemplos distintos de ansiedad en dos momentos dados:
1)      Cursando la última materia de la Facultad
2)      Cuando después de leer el Best Seller de Robin Norwood, me di cuenta que “amaba demasiado”.
Cuando nos encontramos cursando la recta final de la carrera universitaria, nos invade la hiperactividad y esas ganas de querer resolverlo todo.  Pensamos que tenemos que tener bajo control: la tesis, la presentación, el trabajo, los amigos, la familia, todo.
Faltan como dos meses para la entrega, pero ya estamos pensando en lo que vamos a decir, cómo lo vamos a decir, en la pregunta de cierre, en la cara de los asistentes y como responder a la felicitación de los profesores. Sin embargo, como quien se rige con la conciencia del “angelito o diablo”, cuando nos visualizamos con el diploma en la mano, una angustia disfrazada de titular de cátedra nos tira abajo la imagen con el miedo de: “¿y si doy mal?” “¿Y si el tema no sirve?”.
 En fin, creo que éste estado de éxtasis que nos provoca la facultad, es el resultado de llegar por nosotros mismos a una meta donde nos sentimos absolutamente dueños y responsables del logro obtenido. Viéndolo de esta manera, lo considero hasta lógico como un estado de superación personal.
Las cosas se complican cuando ponemos la ansiedad en la relación entre personas:
En tiempos modernos, la ansiedad social tiene mucho que ver con esa necesidad de querer estar al tanto de las actualizaciones disponibles en la red social y vivir conectados a todos los aparatos de comunicación existentes que denoten alguna información “extra”, de la que evidentemente, no nos atrevemos a preguntar.  
Algo así como una especie de misión secreta, en la que nos convertimos en expertos detectives a los cuales  nos va más la idea de suponer o relacionar hechos y comentarios, que sentarnos a hablar de verdad y que además se tratan de estímulos mentales que, cuando son positivos nos relajan y cuando son negativos: ¡Peligro! Nos invade la sensación de inseguridad, angustia, miedo y rechazo.  
¿A quién no le pasó? Viéndolo de afuera, podría percibirse como una manía extraña y perversa de quien necesita atención terapéutica, pero lamentablemente es una realidad frecuente en la sociedad actual y basta con tomar conciencia del hecho, que ya genera un cambio personal y de relación, sin la necesidad de asistir a una sesión de terapia.
Tanto Robin Norwood en EEUU, como Bernardo Stamateas en Argentina, dedicaron algunas de sus obras a los problemas de relación de pareja y un punto central en el que coinciden ambos, es la falta de amor propio y la carencia de valores personales que nos hace confundir el afecto genuino de un vínculo sano, con la adrenalina del miedo, la inseguridad e intriga de una relación superficial entre personas.
Al igual que hacemos con la carrera profesional, necesitamos “actuar” para “llegar a la meta”, sintiéndonos “dueños y responsables” del logro obtenido. Sin embargo en un vínculo de relación, la satisfacción de llegada no se asemeja en absoluto a la obtenida en materia académica.
Por suerte de chiquitos, aprendemos a relacionarnos de distintas maneras, con diferentes personas y de diversa edad. Bastan solo unas pocas horas en el jardín, para que un niño nos diga el nombre de su mejor amigo o de la novia que tiene por el solo hecho de verla pasar.
Ese aprendizaje nos marca de por vida, sin embargo siendo adultos aprendemos a fingir, a ocultar nuestras emociones, a ganar para “triunfar en la vida” y formar parte de esta manera, del estereotipo social que a través de un mecanismo estructurado y artificial, nos aleja de lo que en verdad sentimos.  
Es cuando podemos hacernos cargo de nuestras emociones, cuando aprendemos a valorarlas, que ya no interesa tanto lo que está por llegar sino que ponemos el foco en el bienestar presente.
Es paradójico para quien espera que las situaciones cambien, que por el solo hecho de mirar el “yo”, nuestras relaciones cambien.
La importancia de este hecho es sorprendente para quien comienza a vincularse de manera sana, ya que no se trata de cambiar los contactos o grupo de amigos, sino que se basa en modificar el vinculo y la manera de relacionarnos.
Quién sabe, sin pensarlo generamos un desarrollo afectivo con el otro que al proyectarlo al igual que los niños, nos resuelve la ansiedad social como por “arte de magia” o “voluntad del destino”.




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